Esta semana es diferente, es más corta y se lleva de otra manera. Así que hoy voy a escribir algo distinto, no es un post de cuidados para pacientes o enfermeros. Tampoco es una entrada de domingo, con película, libro y canción. Es algo que tengo pendiente desde hace mucho tiempo.
Hoy voy a contar tres historias. No tienen por qué haberme pasado a mí, o tal vez sí o quizás me las han contado, pero eso da lo mismo. Lo cierto es que están basadas en hechos reales, aunque los nombres no corresponden con los protagonistas de verdad. Y he puesto enfermera en el título por englobar a todos los sanitarios en uno solo y porque me tira más, pero sus protagonistas pueden ser otros profesionales del gremio. Son anécdotas divertidas, extrañas e incluso surrealistas que le pueden pasar a cualquiera que trabaje en un centro rural y a veces, no tan rural. Empiezo.
María es una enfermera que trabajaba en un pueblo pequeñito. Un día tras finalizar su jornada laboral se disponía a marcharse a casa. Había sido un día largo, se había pasado media mañana en la calle haciendo "los avisos" y tenía ganas de irse a descansar. Pero cuál fue su sorpresa cuando tuvo que detener el coche unos minutos sin poder avanzar para salir del pueblo. Y no es que fuera un pueblo con excesivo tráfico, repito que era más bien pequeño, pero allí, en medio de una de las calles principales que llevaba a la carretera general, estaban ellas. Un grupo de amigas lanudas, impacientes, ruidosas y juguetonas, pasando sin miedo ni prisa cerca del coche de aquella extraña que las miraba y alucinaba al mismo tiempo.
Mientras esperaba a que se despejara la calle, María ya no pensaba en lo duro que había sido el día, ni en que tenía hambre, ni en llegar a casa. Sólo quería dormir...
Manuel tenía 76 años, muchas ganas de hablar, mucho tiempo por ocupar, una mujer que le regañaba constantemente y un nieto listísimo de treinta y tantos años al que quería buscarle una novia. Y se cruzó por segunda vez en el camino de Ana, la sustituta que ese día pasaba la consulta de Alberto, que estaba saliente de guardia. Hace unos días a Manuel le acompañaba su nieto pero hoy venía solo.
Era un día tranquilo, la mañana estaba ya muy avanzada y casi todo el trabajo estaba terminado, no quedaban más pacientes en la sala de espera así que en principio no había motivo para apremiar a Manuel. Escuchar también ayuda y encontrar a alguien con quien desahogarse es difícil así que hay que aprovechar las oportunidades que se presenten. Ana le preguntó que cómo estaba y Manuel empezó a contar su historia...
- Ay, señorita, estoy deseando salir de casa y venir aunque sea a por recetas para no escuchar a mi mujer. No hace más que regañarme...
- Vamos hombre, ya será para menos, ¿qué necesita?
- Suerte, necesito tranquilidad y suerte. Yo de joven fui torero, pero tuve mala suerte con los toros y con las mujeres. Tuve una novia en cada pueblo en que toreaba y al final, acabé casándome con la más gruñona y la más celosa...
- Pero hombre, Manuel, no diga eso. Seguro que no es para tanto. ¿Seguro que se está tomando bien las pastillas?
- Quizás a veces exagero un poco, pero otras veces no. Ayer mismo quería ver los toros y no me dejó porque estaba viendo a "la de Jesulín", así que me fui al bar de un amigo. Y resulta que cuando volví también se había enfadado. Es muy celosa, cuando salgo sin ella piensa que me voy con otras mujeres... Qué más quisiera yo, pero a mi edad...
- Jajajaja, ¡pero Manuel! Volvamos a las pastillas de la tensión, ¿cuándo se toma ésta?
- Por la mañana, cuando desayuno, me las tomo bien, no se preocupe. De la medicación se encarga a veces mi nieto. Es muy listo ¿sabe?, también se pone a hacer cosas con el ordenador, como usted... ¿Se acuerda de mi nieto?
- Eh, sí, claro, claro... pero no se enfade con su mujer, no le viene bien ponerse nervioso. ¿Necesita algo más? ¿Tiene alguna pregunta sobre el tratamiento?
- No señorita, sólo me hacía falta eso, gracias por escucharme, la próxima vez volveré con mi nieto y así le explica usted todo mejor y hablan un rato ¿le parece bien? Le manda recuerdos. Hasta la semana que viene.
- De acuerdo, adiós Manuel.
A Ana se le terminó el contrato y no se volvió a cruzar con Manuel, el hombre que había tenido mala suerte con los toros y con las mujeres.
Eran casi las nueve de la mañana y Luz empezaba un día más en una consulta no del todo desconocida pero con unos pacientes que sí lo eran. Eran dos hombres, hermanos, dos pacientes comunes con los que empezar la consulta. O eso creía ella...
- Buenos días, teníamos revisión hoy con la enfermera, ¿no está?
- Buenos días, hoy su enfermera no está, seré yo la que les haga la revisión... [...] Veo que son diabéticos, me gustaría medirles la glucosa, ¿han venido en ayunas?
- Vaya, pues... no. Realmente ya hemos tomado un poco de vino.
- ¿Ya? ¡Pero si no son ni las nueve! ¡Pues pronto empezamos!
- Disculpe señorita, somos sacerdotes y venimos de oficiar la misa de las ocho...
- Ah sí... pues... otro día entonces...
En ese preciso instante Luz deseó con todas sus fuerzas hacerse invisible, pero no lo consiguió. La opción de esconderse debajo de la mesa o de salir corriendo de la consulta también pasó por su cabeza. Pero no, mantuvo el tipo, acabó la consulta e hizo pasar un rato memorable a sus compañeros cuando les contó lo ocurrido en el rato del café.
Y estas son las tres historias, se han quedado muchas más en el tintero así que lo mismo otro día contamos alguna más.
Hoy voy a contar tres historias. No tienen por qué haberme pasado a mí, o tal vez sí o quizás me las han contado, pero eso da lo mismo. Lo cierto es que están basadas en hechos reales, aunque los nombres no corresponden con los protagonistas de verdad. Y he puesto enfermera en el título por englobar a todos los sanitarios en uno solo y porque me tira más, pero sus protagonistas pueden ser otros profesionales del gremio. Son anécdotas divertidas, extrañas e incluso surrealistas que le pueden pasar a cualquiera que trabaje en un centro rural y a veces, no tan rural. Empiezo.
María es una enfermera que trabajaba en un pueblo pequeñito. Un día tras finalizar su jornada laboral se disponía a marcharse a casa. Había sido un día largo, se había pasado media mañana en la calle haciendo "los avisos" y tenía ganas de irse a descansar. Pero cuál fue su sorpresa cuando tuvo que detener el coche unos minutos sin poder avanzar para salir del pueblo. Y no es que fuera un pueblo con excesivo tráfico, repito que era más bien pequeño, pero allí, en medio de una de las calles principales que llevaba a la carretera general, estaban ellas. Un grupo de amigas lanudas, impacientes, ruidosas y juguetonas, pasando sin miedo ni prisa cerca del coche de aquella extraña que las miraba y alucinaba al mismo tiempo.
Mientras esperaba a que se despejara la calle, María ya no pensaba en lo duro que había sido el día, ni en que tenía hambre, ni en llegar a casa. Sólo quería dormir...
Manuel tenía 76 años, muchas ganas de hablar, mucho tiempo por ocupar, una mujer que le regañaba constantemente y un nieto listísimo de treinta y tantos años al que quería buscarle una novia. Y se cruzó por segunda vez en el camino de Ana, la sustituta que ese día pasaba la consulta de Alberto, que estaba saliente de guardia. Hace unos días a Manuel le acompañaba su nieto pero hoy venía solo.
Era un día tranquilo, la mañana estaba ya muy avanzada y casi todo el trabajo estaba terminado, no quedaban más pacientes en la sala de espera así que en principio no había motivo para apremiar a Manuel. Escuchar también ayuda y encontrar a alguien con quien desahogarse es difícil así que hay que aprovechar las oportunidades que se presenten. Ana le preguntó que cómo estaba y Manuel empezó a contar su historia...
- Ay, señorita, estoy deseando salir de casa y venir aunque sea a por recetas para no escuchar a mi mujer. No hace más que regañarme...
- Vamos hombre, ya será para menos, ¿qué necesita?
- Suerte, necesito tranquilidad y suerte. Yo de joven fui torero, pero tuve mala suerte con los toros y con las mujeres. Tuve una novia en cada pueblo en que toreaba y al final, acabé casándome con la más gruñona y la más celosa...
- Pero hombre, Manuel, no diga eso. Seguro que no es para tanto. ¿Seguro que se está tomando bien las pastillas?
- Quizás a veces exagero un poco, pero otras veces no. Ayer mismo quería ver los toros y no me dejó porque estaba viendo a "la de Jesulín", así que me fui al bar de un amigo. Y resulta que cuando volví también se había enfadado. Es muy celosa, cuando salgo sin ella piensa que me voy con otras mujeres... Qué más quisiera yo, pero a mi edad...
- Jajajaja, ¡pero Manuel! Volvamos a las pastillas de la tensión, ¿cuándo se toma ésta?
- Por la mañana, cuando desayuno, me las tomo bien, no se preocupe. De la medicación se encarga a veces mi nieto. Es muy listo ¿sabe?, también se pone a hacer cosas con el ordenador, como usted... ¿Se acuerda de mi nieto?
- Eh, sí, claro, claro... pero no se enfade con su mujer, no le viene bien ponerse nervioso. ¿Necesita algo más? ¿Tiene alguna pregunta sobre el tratamiento?
- No señorita, sólo me hacía falta eso, gracias por escucharme, la próxima vez volveré con mi nieto y así le explica usted todo mejor y hablan un rato ¿le parece bien? Le manda recuerdos. Hasta la semana que viene.
- De acuerdo, adiós Manuel.
A Ana se le terminó el contrato y no se volvió a cruzar con Manuel, el hombre que había tenido mala suerte con los toros y con las mujeres.
Eran casi las nueve de la mañana y Luz empezaba un día más en una consulta no del todo desconocida pero con unos pacientes que sí lo eran. Eran dos hombres, hermanos, dos pacientes comunes con los que empezar la consulta. O eso creía ella...
- Buenos días, teníamos revisión hoy con la enfermera, ¿no está?
- Buenos días, hoy su enfermera no está, seré yo la que les haga la revisión... [...] Veo que son diabéticos, me gustaría medirles la glucosa, ¿han venido en ayunas?
- Vaya, pues... no. Realmente ya hemos tomado un poco de vino.
- ¿Ya? ¡Pero si no son ni las nueve! ¡Pues pronto empezamos!
- Disculpe señorita, somos sacerdotes y venimos de oficiar la misa de las ocho...
- Ah sí... pues... otro día entonces...
En ese preciso instante Luz deseó con todas sus fuerzas hacerse invisible, pero no lo consiguió. La opción de esconderse debajo de la mesa o de salir corriendo de la consulta también pasó por su cabeza. Pero no, mantuvo el tipo, acabó la consulta e hizo pasar un rato memorable a sus compañeros cuando les contó lo ocurrido en el rato del café.
Y estas son las tres historias, se han quedado muchas más en el tintero así que lo mismo otro día contamos alguna más.
Y tú, ¿tienes o te han contado alguna historia que compartir? ¿Te animas a contarla?
Ohhhh, Me ha hecho recordar, pero os recomiendo una historia. Está publicada, así que os paso las disquisiciones d euna mariposa sin alas http://culturacuidados.ua.es/index.php/enfermeria/article/view/293/585.
ResponderEliminarGracias Mercedes!
Eliminarjajajaj.. que buenas.
ResponderEliminarYo tengo algunas otras que me han contado. Todas igual de entrañables.
Algún día pon alguna por Melmastia, nos gustará leerlas.
EliminarGracias por pasarte.
La enfermera tiende la mano al paciente diciendo: La orina...
ResponderEliminarEl paciente la estrecha : Jose Mari!, encantado !!!
(Blanca Usoz)
Jajajajajajaja, la educación es lo primero, bien por Jose Mari!
EliminarGracias por contarlo Blanca!
La de los curas es buenisima... La de las ovejas es muy tierna (ya sabes que entre ovejas y vacas, soy feliz).
ResponderEliminarme encanta ver como cuentas la realidad :)
Cuando "Luz" nos contó la de los curas no podía parar de reír, vaya historia. Y hubieras sido muy feliz, había muchísimas ovejas rodeando el coche (bueno, eso me contó María ;))
ResponderEliminarGracias por pasarte y comentar